Alborada

Abro los ojos.

Escucho un susurro remontado en el nada que ver con mi habitación,

dice: - Papá aaa!!

Me incorporo y camino cautelosamente,

casi a ciegas en esta mañana oscura.

Salgo de la habitación y camino hacia la sala,

allí, en un rinconcito desordenado por juguetes está Sofía.

No me ha visto porque, aunque me esté llamando

su mundo está distante.

Me acerco a ella y al verme,

se levanta presurosa, corre hacia mí y me abrasa por tres segundos

con el beso incluido de los buenos días.

Trato de aprovechar el tiempo al máximo:

Durante el primer segundo de abrazo siento su cuerpecito tibio,

lo presiono suavemente, la siento de pies a cabeza.

Durante el segundo segundo, la escucho, es el palpitar de su corazón,

su respiración, el ruido que hace al caminar por toda la casa,

su llanto, su risa, su silencio, es todo.

Durante el tercer segundo, a sabiendas de que el tiempo se me acaba,

aprovecho para ser consciente de que ella existe,

de que la he disfrutado como lo que es:

mi hija, un nuevo ser humano que llegó al mundo,

que se llenará de sueños con el paso del tiempo.

Entonces, ella se aparta y sigue con sus juegos.

Aún es temprano, puedo dormir un poco más.