Crónicas de Sofilandia IV
En el Super 29-03-2001

Andábamos en el Super. Sofía se asomaba por el hombro de su mamá con los ojitos pelados, observando la amplia gama de posibilidades para consumir que ofrece la vida. Todavía no le he explicado sobre la existencia de la comida chatarra, así que para ella todo era fascinante. En un momento dado, decidimos que mi esposa se iba con los dos carritos para hacer las compras de la semana (llenamos solo dos carritos a la semana porque casi nunca estamos en la casa) mientras yo me llevaba de tour a la bambina por todo el super.

Me dirigí inmediatamente al área de licores ya que a la beba y a mí nos resulta la más atractiva, como que se esmeran más por colocar los benditos brandis y wiskys y vinos. Allí estuvimos un buen rato mientras le explicaba porqué unos licores cuestan 600 colones y otros 37 mil quinientos y nos lamentamos no haber llegado en el momento en que dan regalìas, que son pequeños sorbitos de algunos de los licores que están en venta (las regalìas normalmente son de aquellos con precios menores a los 3000 colones, Sofía y yo ya tenemos campaneada esta práctica insana)

Y fue allí donde sucedió. De pronto, sin aviso. Como suelen suceder los fortuitos e imponderables de la vida.

Noté que la bambina no estaba viendo los licores. Tenía los ojos pelados hacia otro lado. Me volteé y al ver lo que ví sentí que el mundo se me venía encima, al punto de la taquicardia.

Allí, en un cochecillo, un majecillo como de 10 meses miraba a mi hija. Luego le sonrió. Ja ! como si no conociera yo ese tipo de risitas, a estas alturas se la debe estar imaginando, tal vez hasta tomándola de la mano o peor, como si no conociera yo la generación que está en vigencia. Traté de calmarme, obviamente tengo treinta y resto de años de ventaja sobre el carajillo así que algo se me debe ocurrir.

Volteé a la Sofi hacia el lado de los vinos, entonces volteó la cabeza hacia la derecha. Observé al guila, el tata estaba distraído con una botella de Chivas, así que me acerqué disimuladamente y justo cuando nadie miraba , le zampé un semerendo coscorrón. El carajillo, lejos de amedrentarse me sonrío, seguramente porque con ese chunche de gorro que andaba en la cabeza lo que sintió fueron cosquillas. El guila me sonríe, eso es peor porque no queda patente si es en son de burla o porque astutamente quiere ganar terreno por la retaguardia. Pienso en llevarme a la beba para otro lado pero eso sería dejar las cosas inconclusas y no tardaría en pasar 15 días cuando de seguro que el guila se las ingeniaría para verla otra vez. Esto debe quedar finiquitado hoy - me dije. Y es que con solo verlo seguramente se llama Giardanelo o Joanyuleto o algo así. Cómo vamos a involucrar en la familia a alguien con ese nombre y sino le llama la atención el ajedrez ni la aeronáutica ni los programas de la Estación Espacial?. Qué pasaría si es solo empedernido del fútbol y las birras y los pelones. No, no, no, no. Podría hablar con la bambina y tajantemente ponerla en su lugar.

Mejor decidí por recetarle otro coscorrón, esta vez más fuerte. Me acerqué a él. En eso aparece su mamá y tengo que hacer un quiebre desmedido para cambiar mi rumbo. Me traquea la ciática pero no importa, es por mi hija. Vuelvo a ver al carajillo y se está riendo. Como si hiciera tanta gracia.

En eso la mamá del guila me dice: - Hay que linda bebita, cuánto tiene? Dos meses, le respondo rejego, claro, toda la familia es igual, están haciendo planes. No lo permitiré, arremeteré contra todos ellos al mismo tiempo.

En eso ella me dice: - Está muy linda. Luego alzó al carajillo y le dijo:

 

- Mire Wendy otra chiquita con los ojitos como los suyos.