Crónicas
de Sofilandia XIV
Parodia de un día de campo 01-01-2002
Disfruto los días que estoy en la casa porque tengo la posibilidad de hacer con Sofía lo que me dé la gana. Obviamente este concepto de "hacer lo que me da la gana" está circunscrito a un reducido conjunto de actividades que han sido previamente establecidas y revisadas por mi esposa. Si fuéramos una empresa y de hecho así es porque toda familia es una empresa, estos parámetros son como el Control de Calidad. Siendo de este modo y ante la imposibilidad de tomar a Sofía y adentrarme con ella en alta mar, hemos hecho una rutina darle la vuelta a la cuadra y rebotar en el "Play", donde ella es feliz cuando la dejo deslizarse por el tobogán. Al principio esta práctica no era bien vista por las señoras - de paso mamás - de la Urbanización, quienes opinan que el tobogán en muy alto para la bebé. Pero yo no les hago caso. Lo que más he disfrutado de mi condición de padre, ha sido que he vivido intensamente a mi hija, siguiendo únicamente mi sentido común, la deducción ante situaciones complejas y un poco del propio deseo de hacer cosas novedosas y con poco riesgo, a sabiendas de que soy un ser racional y por lo tanto, yo mismo basto para determinar si algo está bien o está mal.
Hoy nos aprovechamos y extendimos nuestra caminata hasta el bosque que está ubicado detrás de la Urbanización con la intención de simular un día de campo. Es un bosque hermoso, lleno de pinos y exuberante vegetación. Mientras avanzábamos bosque adentro yo le tarareaba viejas cancioncillas infantiles, las mismas que le cantaba cuando habitaba dentro de su madre, como una estrategia sicológica para que ella dijera: "Dios mío, si la voz angelical que me arrullaba era la de papito...porqué soy tan afortunada???".
Después de caminar unos minutos advertí que no estábamos solos. Rápidamente mi mente formuló varios escenarios de las posibles razones de los ruidos que escuché:
- podría tratarse de una pareja que se había escabullido por allí para tener un poco de privacidad
- podría tratarse de dos hombres y una mujer que se habían escabullido por allí para tener un poco de privacidad
- podría tratarse de dos parejas que se habían escabullido por allí para tener un poco de privacidad
Ante estas posibilidades no era conveniente estar allí con mi hija, así que decidí irla a dejar a la casa y regresar yo solo. Justo en ese momento deduje que podría darse la remota posibilidad de que no fuera lo que pensaba, o en el peor de los casos, que al ir a la casa y regresar, ya no estuvieran, así que replanteé los planes y me mantuve en mi lugar. Ninguno de los escenarios coincidió con la realidad. Allá a lo lejos, como a cincuenta metros, detrás de unos matorrales se oían voces. Sofía permaneció callada, con sus ojitos fijos en ese lugar.
Con la determinación que siempre me caracteriza decidí aproximarme para esclarecer el misterio que aromatizaba el ambiente. Dimos unos cuantos pasos más y me cubrí estratégicamente detrás de un ciprés en una posición que me permitía ver con claridad lo que estaba sucediendo.
Allí estaban. Eran tres tipos que estaban entusiasmados tirando piedras con todas sus fuerzas. Claro, esos eran los tipos que todas las noches nos apedrean la casa. No cabe duda y en estos momentos están atacando de día. De seguro que mi esposa debe estar pudriéndose del colerón porque le van a desbaratar el techo. Esta era la oportunidad que había esperado. Cada noche, al oír las piedras pegar contra el techo yo había dicho: "Ay diosito, si tan solo los pudiera agarrar con las manos en la masa" y allí estaban.
Una risa maliciosa, propia de un temerario afloró de mis labios. Miré a Sofía: "Quédate aquí nena, que te voy a dar un curso intensivo de supervivencia" y la puse al pie del ciprés. Eran tres tipos, mi mente hizo un rápido análisis comparativo de ventajas y desventajas: "Ellos son tres elementos, yo tengo dos brazos y dos pies, o sea cuatro elementos, por lo tanto llevo las de ganar"
Sofía vio alejarse a su padre. En ese momento qué me iba a imaginar que le estaba sembrando la semilla de la decisión, que la marcaría por el resto de su vida. Con razón esa sonrisita con sus dos dientitos pelados y aquellas manitas agitándose, como si le aplaudiera a su padre.
Fue entonces cuando corrí hacia ellos que seguían tirando piedras y palos. De pronto, cuando ya estaba muy cerca veo que los sujetos echan a correr, de seguro vieron mi incontenible furia en mis ojos chispeantes, por lo que pego gritos con tal de asustarlos más y corro más rápido hacia ellos. Con mis brazos ya rojos de la ira y los deseos de venganza voy abriendo camino por entre los matorrales, causando un leve daño ecológico al bosque, reparable en unos cuantos meses. En ese momento llego al lugar donde hace unos segundos estaban los sujetos, me detengo porque han desaparecido. Justo en ese instante un ruido característico me hace comprenderlo todo y echo a correr despavorido...pero ya es demasiado tarde.
Tres horas después, estaba tendido en la cama, con toda la cara hinchada. Mi esposa entró al cuarto con Sofía en sus brazos y eché a reír a carcajadas al ver su ojito derecho totalmente cerrado por la picada de avispas.